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#1 PRIMER CURSO DE FILOSOFÍA 1960-61, por Faustino Martínez publicado el 25/01/2020 a las 10:59
Éramos 29 “supervivientes” de aquellos 150 adolescentes que habíamos llegado a La Mejorada el 29 de septiembre de 1953. Nos habían aislado de los demás cursos de Filosofía. A los del curso inmediato superior a nosotros los habían dispersado. A unos los enviaron a seguir estudiando Filosofía a Toulouse, otros a Granada, y unos pocos a Dublín (Irlanda). Nosotros no sabíamos el por qué. Nos trasladaron del Convento-Estudiantado de Santo Tomás de Ávila al recién estrenado Convento-Estudiantado de San Pedro Mártir de Madrid. A los estudiantes restantes de Filosofía y Teología que habían estrenado el nuevo Convento de Alcobendas el año anterior los enviaron de nuevo al Convento de Santo Tomás de Ávila. Habíamos terminado allí el curso Preuniversitario (el “Preu”). Ahora íbamos a comenzar el Primer Curso de la Carrera de Filosofía. Todo nuevo y un desafío para todos nosotros.

Celebramos la Misa del Espíritu Santo. Presidió la Eucaristía el Prior revestido con vestimenta litúrgica roja al igual que el diácono y subdiácono, Después fuimos al Acto Académico solemne como siempre hicieron los Dominicos en sus Estudios Generales y Universidades.

Al día siguiente comenzó el horario de curso con sus madrugones, silencio, rezos, canto y salmodia gregorianos de las horas canónicas: laudes, maitines, prima, tertia, sexta, nona, vísperas, completas y misa cantada. Cada día después del desayuno nos dirigíamos a nuestras celdas a preparar las clases de la mañana. A un toque de timbre, nos desplazábamos a las nuevas aulas situadas fuera del pabellón del Estudiantado.

Todo era novedad y expectación ante profesores dominicos desconocidos y asignaturas totalmente nuevas e inéditas para nosotros. Yo estaba un tanto nervioso ante la incertidumbre de cómo me iría aquel curso. Pero como siempre, ante las temidas e imprevistas dificultades me crecía y con fuerza y tesón (con “fegadín” como me decía mi padre), estaba dispuesto a luchar por sacar aquellos estudios novedosos de Filosofía. Mi vocación estaba todavía en el alero por aclararse y evolucionar personalmente. Quería aprovechar el tiempo con aquella formación “aristotélica tomista” que era la que se llevaba en la época de Franco en las Universidades españolas.

Creo que aquel primer día de clase íbamos todos un poco nerviosos. En silencio nos sentamos expectantes la entrada del nuevo profesor dominico. Era un fraile desconocido para nosotros: el Padre Bienvenido Turiel, el Regente o “manda más” de todo lo referente con los Estudios de aquella Facultad de Filosofía dependiente de la Universidad de Santo Tomás de Manila. Recuerdo muy bien su figura. Con pasos cortos pero rápidos se desplazaba por el pasillo y por encima de la tarima. Era zamorano y nacido el 29 de junio de 1904 en Abraveses (Zamora), empapado de la filosofía de Santo Tomás y constituido allí en guardián de las esencias de la “vera doctrina Sancti Thomae”.

Nos miró como retándonos y sonriéndose al mismo tiempo ante su arranque verbal en latín. No tendríamos libro de texto para esta asignatura. Solo apuntes que tendríamos que ir sintetizando de sus explicaciones en nuestras hojas. Todos nos pusimos a copiar sobre la marcha, no al dictado, sino procurando entender lo que nos explicaba en latín. Aquella primera hora de clase de Lógica aristotélica fue intensa, sin respiro. Asustados por el ritmo que daba a sus explicaciones no había lugar para las preguntas. Tal como comenzó, sin presentarse, así terminó la primera clase marchando a pasos cortos pero nerviosos y rápidos hacia el Pabellón de los Dominicos Profesores.

Nosotros estábamos “espantados”. Todo eran comentarios derrotistas durante los pocos minutos de descanso en el pasillo, antes del inicio de la segunda clase. El uso obligado del latín por parte de nuestros profesores en las explicaciones magistrales y en el libro de Gredt era toda una incógnita para nosotros. Además, tendríamos que expresarnos oral y por escrito en nuestros exámenes.

La siguiente clase nos la daba otro padre dominico, también desconocido para nosotros. Era el padre Pedro Cabezón, nacido el 14 de enero de 1909 en Buenavista (Palencia). Un hombre bueno, pero muy nervioso, que venía a impartirnos clase de Cosmología. El texto que iba a utilizar era el ya mencionado del padre Joseph Gredt, fraile benedictino luxemburgués. A pesar de su temperamento nervioso, el padre Cabezón explicaba con más lentitud en latín que el padre Turiel.

Las asignaturas de Psicología Racional y Psicología Experimental nos las impartiría otro profesor Dominico que ya habíamos conocido y tenido en el Preuniversitario de Ávila, era el padre Marcos Fernández Manzanedo, nacido el 23 de abril de 1926 en Villacorta (León), un gran hombre, docto, culto y muy buena persona, amigo de los estudiantes. Sin embargo, ya desde nuestra estancia en Santo Tomás de Ávila a nuestros profesores no les permitían charlar con nosotros fuera de sus clases.

Esto nos extrañaba pues no es lo normal dado que el profesorado suele compartir en los recreos o al terminar las clases con sus propios alumnos. Quizás fuera una consigna, una orden o estrategia dada por los superiores para que a partir de nuestro curso que había sido aislado del resto, intentar sacar una generación de futuros dominicos con una formación quizá más rígida en la observancia religiosa. Algo de ello intuíamos. Pero la incomunicación, el aislamiento de otras influencias que no fueran las académicas y doctrinales era evidente. Del Estudiantado no salía ni podía salir nadie. Era un cierre total. Solo salíamos para las clases o para jugar al futbol y paseos largos por las afueras de Barajas, Alcobendas o San Sebastián de los Reyes.

Hubo una actitud a lo largo de todo aquel curso que nos puso a casi todos nerviosos y a algunos “desquiciados” de los nervios, por no poder relajarse y descansar de la actividad académica durante los fines de semana. El viernes, sábado y domingo eran días en que ya se disparaba con ilusión el poder disfrutar del merecido descanso tanto para nosotros los estudiantes como para nuestros profesores. Pero un profesor se encargó de amargarnos ese necesario relajamiento de cada fin de semana que necesitábamos para comenzar con más fuerza la semana siguiente. Esta actitud antipedagógica e inhumana que producía reacciones de diversos tipos entre nosotros vino de la iniciativa que yo consideraba “neurótica” del que debiera dar ejemplo de saber y de estar con los estudiantes. ¡Era nuestro Padre Regente de Estudios, el Padre Bienvenido Turiel, ¡el Profesor de Lógica y de Metafísica!

Al segundo día de su clase de Lógica, con paso corto y veloz, entró en clase con una hoja de papel en blanco que comenzó a doblar en tres dobleces ordenándonos que cortáramos con nuestras manos los pliegues hasta quedarnos con una octava parte de la cuartilla, de seis dedos de larga por cuatro dedos de ancha. ¡Era una rareza, una cosa extraña! En ella nos decía que tendríamos que responder en ese momento a una cuestión que él siempre decía en latín: “Quare…? (= ¿por qué…?) a lo que nosotros deberíamos responder sucintamente la respuesta correcta en el tiempo y espacio disponible de esa octava parte de la cuartilla. Todos nosotros, asustados y desconcertados, cortamos la cuartilla y nos quedamos con otros trozos pequeños de papel. Inmediatamente como un rayo, hablando en latín, nos disparó su primer “quare” (= ¿por qué…?). Nos hizo una pregunta sobre lo que había explicado en la clase del día anterior. Pero lo más terrible era que él “escribía mentalmente la respuesta correcta” y calculaba el tiempo previsible. Pasado un minuto, de repente nos dijo: - “¡Manos arriba!”.

Teníamos que levantar los brazos y el primero de cada fila recoger a toda velocidad aquella octava parte de la cuartilla que debería estar firmada. Unas estaban escritas con respuestas correctas, otras incorrectas o incompletas y algunas en blanco. ¡Era algo inusual, que yo nunca había visto ni sufrido! ¡Todo era vertiginoso, rápido, con los nervios a flor de piel, sin dar tiempo a uno a repasar lo que habíamos contestado en latín! Los comentarios que entre nosotros produjo aquella forma tan extraña de controlar nuestro estudio y saberes teóricos, fueron muy negativos, aunque creíamos que era una simple anécdota o rareza de un día de aquel profesor que quería meternos “miedo” por su alto nivel de exigencia.

Al día siguiente de clase con el mismo Padre Turiel, confiados en la forma normal de planificar nuestro estudio durante el tiempo de celda, sin saber ni esperar ningún otro control o examen, entró en el aula, pasos cortos pero nerviosos tal como era su estilo de andar, y sin saludarnos siquiera ordenó a los de la cabecera de cada fila repartieran la pequeña cuartilla del “quare” del día anterior. Terminado el reparto con sus calificaciones correspondientes todos vimos nuestras notas. La máxima nota era 5 sobre 5. A mí me dio un 3. Pero muchos recibieron un “O”. Como un rayo sin dar tiempo a ninguna pregunta, aclaración o reclamación, con voz agresiva y sin compasión, con un rictus en su cara de saber que nos estaba haciendo sufrir, nos espetó: “. - Quare….?” (¿Por qué…?)

¡Nos quedamos estupefactos! Sin avisarnos de que iba a preguntar nos cogió sin haber estudiado en profundidad lo del día anterior ¡. ¡Era el segundo “quare”! Y con el tiempo cronometrado en segundos, que él calculaba mentalmente como tiempo suficiente para responder rápidamente la respuesta correcta, de nuevo oímos como una orden cuartelera:
- “¡Manos arriba ¡”

Nuevamente nuestros compañeros de las primeras filas recogieron de prisa aquellas octavas partes de una cuartilla.

La tensión y el descontento se mascaba en aquella clase de Lógica. Creo que estaba logrando meternos miedo, y en la mayoría de los casos lo estaba logrando.

En el primer lunes de clase, cuando todos creíamos que habíamos tenido derecho a relajarnos un poco durante el fin de semana, volvió por sorpresa sin avisar a ponernos otro “Quare”. Un murmullo de rechazo se sintió en el aula. El “quare” fue respondido lo mejor que cada cual pudo. Los ceros abundaban, más que por no saber, era por el nerviosismo y el no haber preparado a fondo el contenido de la clase del día anterior. ¡Era una forma de obligarnos a estudiar mucho todos los días, e incluso el fin de semana, pues los “Quares” eran rebuscados y para pillarnos!

Cada vez que celebrábamos una Festividad y en todos los lunes de las semanas de aquel curso, al día siguiente nos ponía el correspondiente “Quare”. El día primero de clase después de las vacaciones de Navidad y de Semana Santa nos pondría también el correspondiente “Quare”. Le llamábamos el Padre “Quare”. Logró que muchos tuviéramos que estudiar mucho cada fin de semana para defendernos del “quare de cada lunes”. Esa actitud un tanto sádica, morbosa y neurótica lograba que estudiásemos, pero muchos terminaron por asociación “odiando” su asignatura.

El miedo a suspender era más que evidente y nadie quería pasar por aquel previsible trago. Me propuse, por supuesto, a que no me venciera. Tuve que estudiar los fines de semana en mi celda su asignatura en vez de descansar y leer relajadamente otros libros que me gustaban. Pero nos hizo daño. Creo, por su actitud y “sonrisa un tanto sádica”, que disfrutaba viéndonos “miedosos” y forzados a estudiar casi exclusivamente su asignatura. Y casi lo lograba. Pero le sacaba de quicio que algún compañero no le “tuviera miedo” a él ni al resultado de sus “quares”.

Mi amigo José María Ibáñez Roig estaba, como todos, harto de este martirio. Y decidió no responder a sus “quares”, Entregaba su cuartilla en blanco. Varios días en que lo hizo así, el padre Turiel se lo recriminó en voz alta delante de todos. Ibáñez, “dócil y obediente” por el voto de obediencia no le contestó. Pero su lenguaje era “no verbal”. Continuó entregándole la octava parte de su cuartilla en blanco. El padre Turiel se puso nervioso al ver que alguno no parecía tenerle miedo. ¡Aquel estudiante corista no “temblaba” ni temía los resultados! Ibáñez seguía entregando la cuartilla en blanco. Todos lo comentamos, pero nadie se atrevió a hacer lo que hacía Ibáñez. ¡Hubiera sido un aldabonazo de protesta quizás muy eficaz! El Padre Turiel se relajaba divinamente todo el fin de semana. Nosotros no podíamos por su culpa. .
A mediados de octubre, ante el malestar de esta forma de controlarnos diariamente de forma implacable y sin compasión, quisimos expresar nuestro malestar y nuestra protesta en la clase del padre Turiel. Nosotros lo comentábamos con el Padre Maestro de Estudiantes y con los demás Profesores. Pero ante nosotros no se atrevieron a desautorizarle. Quizás en privado los profesores le transmitirían nuestras quejas.

Un lunes, esperando el temido “Quare”, decidimos todos ir a la clase revestidos de capa y capilla negra, que solo se pone en tiempo posterior al día de Difuntos. Y así se encontró el padre Turiel el aula con todos los alumnos revestidos con aquella forma inusitada y fuera del tiempo prescrito. Quedó extrañado al vernos. Sus pasos al entrar en la clase dejaron de ser rápidos como si estuviera pensando el por qué de nuestra vestimenta inusitada con nuestras capas y capillas negras. Se dirigió a su mesa más lentamente, repartió el resultado del último “Quare” y volvió a lanzarnos de nuevo otro más que todos tuvimos que responder. ¡No hizo caso de aquel lenguaje no verbal de “protesta” y disgusto con su proceder! No nos sirvió de nada ni modificó su pedagogía.

Comenzamos a notar y reflexionar entre nosotros los efectos de aquel abuso de “poder”, del adoctrinamiento y formación que habían promovido y seguía promoviendo en nosotros para la “sumisión” conforme al sentido que le daba al voto de “obediencia”. Hoy en día no hubiera continuado así. De hecho, por lo que me contaron otros compañeros, unos años después hubo allí en San Pedro Mártir una huelga de los estudiantes Dominicos. Era otro el Padre Regente, y creo que les dieron un ultimátum de incorporarse a las clases en cuestión de 24 horas, o por el contrario cogerían sus maletas e irían a la Estación de Chamartín expulsados para sus casas. ¡Creo que todos se incorporaron de inmediato a las clases ¡.

El autoritarismo del padre Turiel, Regente de Estudios, tuvo a lo largo de aquellos tres cursos de la carrera de Filosofía este mismo y continuado proceder.
Hubo otro incidente. Al terminar los tres años de Filosofía tuvimos nuestros exámenes orales y escritos y la presentación de la Tesina que cada cual tuvo que realizar obligadamente en latín. Quienes aprobaran el examen final de Licenciatura recibirían el Título oficial de Licenciados en Filosofía. Pero el Padre Turiel nos exigía un requisito previo e incondicional. ¡Teníamos que jurar todos los que íbamos a obtener el Título de Licenciados, el “Iusiurandi defendendi Sancti Thomae Doctrinam ! (= Juramento público de “Defender la Doctrina de Santo Tomás”, el Tomismo aristotélico.). Hubo comentarios sobre la posibilidad de no dejarnos someter ni pasar por ese juramento, pues nos parecía un atentado contra la libertad de pensamiento y de la futura docencia en libertad por falta de libertad de cátedra.

Se aproximaba el último Acto Académico solemne que se iba a celebrar en el Salón de Actos del Estudiantado como cierre del curso. Todo el Claustro de Profesores estaría presente. Ante aquella movida de no hacer tal Juramento Doctrinal, el padre Turiel amenazó con no dar los Títulos de Licenciado a todos nosotros que éramos la primera promoción de Licenciados que se habían sacado en aquella Facultad de Filosofía. ¡Terminamos entrando por el aro, ante tal chantaje y temor! Creo que era una amenaza para infundirnos miedo, pues hubiera sido un fracaso de los estudios de una carrera en beneficio no solo nuestro sino también de los Dominicos, pues nos querían con títulos que facilitarían nuestra labor docente de Dominicos donde quiera que nos destinasen en el futuro.

La tensión doctrinal en filosofía y en teología se notaba en toda la Iglesia Católica y dentro de la Orden de los Dominicos en aquellos momentos preconciliares Lo captábamos por las diversas corrientes y opiniones en las tesis que estudiábamos, pero sobre todo en las revistas que leíamos. Un profesor muy querido por mí, con quien mantengo muy buena amistad era el padre Juan González Pola, natural de Jomezana Cimera, (Campomanes – Asturias). Su tesis doctoral versaba sobre el “Formalismo a priori en Santo Tomás”. El padre Juan había sido ya nuestro profesor en La Mejorada impartiéndonos la asignatura de Lengua Española en el curso de Primero de Bachillerato. Allí había llegado en el año 1953 de estudiar y completar su carrera en la ciudad suiza de Friburgo. En esta Univesidad de Friburgo habían sido profesores eminentes Dominicos que habían pasado también como nosotros por el Noviciado de Ocaña, como el Padre Norberto del Prado (Asturiano, de Lorio-Laviana), el Padre Francisco Marín Solá (De Cárcar, Navarra).

El padre Juan tuvo allí como profesor muy influyente en la Filosofía al Dominico Franz Brentano, del que solía hablar y citar frecuentemente. Allí presentó su tesis doctoral en la que defendía los aspectos “a priori” que él creía haber encontrado en la obra filosófica del “Doctor Angélico”. Esta tesis chocaba con el “realismo aristotélico – tomista” que defendía dogmáticamente sin admitir ninguna fisura que sonaran a kantismo. En la Mejorada le ayudaron a transcribir su Tesis Doctoral nuestros compañeros, alumnos de Primer Curso de Bachillerato, Jesús Manuel Martínez y Juan José Luengo.

Como profesor de Epistemología incluía en sus clases esta doctrina de las estructuras apriorísticas del conocer, lo que le produjo tensiones doctrinales e incluso personales con el padre Turiel. Tanto es así que pidió ser trasladado de San Pedro Mártir como profesor de Epistemología yendo a enseñar al Estudiantado de los Dominicos en Granada. Este es un ejemplo de las discrepancias doctrinales que existían en los debates filosóficos. No solo frente a los Jesuitas, seguidores del filósofo Jesuita Suárez, sino también en Teología. Allí comenzamos a oír hablar del padre Congar, del padre Chenu, entre otros. Así lo comenzamos a detectar por las revistas filosóficas y teológicas que llegaban al Estudiantado y por la revista “Ecclesia” y “Vida Nueva” en las que aparecían corrientes muy diferentes entre los teólogos asesores de los obispos que se preparaban para el Concilio Vaticano II. Los teólogos españoles seguían las directrices de la Iglesia que ponía como modelo de doctrina teológica al Dominico Santo Tomás de Aquino, así como su apoyatura filosófica en el tomismo aristotélico, tal como venía siendo promovido por el Papa León XIII y los últimos Pontífices. Algo se estaba resquebrajando en el férreo edificio de la doctrina filosófica y teológica de la Iglesia. El cuerpo de doctrina que más solidez presentaba era la Metafísica de Santo Tomás. Pero en Eclesiología y en el diálogo y actitud de la Iglesia con el mundo se presentaba un debate que trataba de superar influencias revisables y supervivientes del Concilio de Trento y del Concilio Vaticano.

De todas estas discusiones, de las que nosotros no teníamos suficiente formación teológica ni filosófica, nos contagiamos. Yo intuía que algo nuevo iba a emerger de todo ello y que del próximo Concilio convocado por el Papa Juan XXIII iban a salir novedades con las correspondientes resistencias de los que defendían las corrientes de Trento y del Concilio Vaticano.
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