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#1 GRADUALES: OCULTACIÓN TRANSITORIA, F. Maestro publicado el 06/04/2021 a las 07:55
En el “Teologado” de Ávila llevábamos más de un año solicitando la aplicación de la normativa del Concilio Vaticano II respecto al uso de las lenguas vernáculas en la misa y oficios orientados a los fieles.

El clero secular no carecía de reticencia a ciertas reformas, pero se había acomodado rápidamente a los nuevos aires, con la misa en castellano de cara al público, etc. Sabíamos que algunos en algunos conventos europeos nos adelantaban con creces y, “qué indias”, estaba escrito bien claro en los documentos del Concilio (Constitución sobre la sagrada liturgia, art. 36)

Nuestras repetidas peticiones al maestro de estudiantes y al prior caían en saco roto. Escurrían el bulto alegando que el tema era de superior competencia. Recurrimos por escrito al Vicario provincial, a la sazón el P. Villacorta, quien con mucha amabilidad nos respondió que la persona competente era el P. Provincial, y a Filipinas nos dirigimos. La respuesta, no recuerdo si directamente o a través de los cauces jerárquicos, fue que se trataba de una cuestión que competía a Roma y a la Sagrada Congregación de ritos o algo así. Acudimos a Roma, sin recibir respuesta.

El día de autos de 1966 o 1967, no lo puedo precisar, me había quedado en la cama por una indisposición catarral. Después de Completas algunos compañeros pasaron por mi celda para comentar incidencias de la jornada y desearnos las buenas noches. Arribas (no creo que se sienta ofendido si revelo su nombre), se hizo el remolón y se quedó cuando los demás se fueron.

-Te propongo una cosa, dijo, a la que he dado vueltas estos días: ¿por qué no secuestramos los graduales y resolvemos el problema?
- ¿Ahora que comienza la visita canónica?
- Precisamente. Es el momento
- Si lo hacemos no se puede enterar ni nuestra propia sombra. Con el precepto formal por medio, bajo pena de pecado mortal en caso de mentir u ocultar, no podemos poner a prueba a nadie.
-Ni a nuestros más íntimos amigos, confirmó. No se puede jugar con la conciencia de los demás.


Arribas y yo teníamos buena relación, pero cada uno pertenecía a un círculo diferente: amistades, equipo, grupo de revisión espiritual, organización de salidas al campo, juergas etc.

Tal como habíamos acordado, pusimos manos a la obra hacia las dos de la mañana. La luna llena se alió a la causa y nos bastó con encender una sola lámpara en el coro. En cuatro o cinco viajes, con un buen brazado de graduales trasladamos la sesentena de volúmenes a lugar seguro: el Claustro de Reyes, una antigua cátedra, con gradas a lado y lado y el púlpito del profesor al fondo, convertida en trastero. Arribas había previsto el refugio a tan devoto tesoro en un discreto hueco bajo la escalera que daba acceso al púlpito.

Acordamos que yo continuaría en la cama al día siguiente y Arribas, con o sin sueño, acudiría a meditación y Laudes a las seis de la mañana.
Antes de que llegase el enfermero con el desayuno recibí la visita de un grupo numeroso de mi curso y todos querían dar noticias y pareceres:

-¡No te puedes imaginar lo que ha pasado!
-Vaya cabreo que tiene Aristónico. Está convencido que ha sido alguno de nosotros [los estudiantes].
-Que seamos responsables [era la palabra de moda, junto con autenticidad] Que él intercedería para que el castigo del P. Provincial fuese leve.
-Sí pero no podía disimular la mala uva, comentó alguien. Creo que él se siente responsable.
- ¿De qué se trata?, interrumpí.
-Alguien ha secuestrado los graduales.
- ¿Y si fuese alguno de los padres jóvenes?

-No creo. ¿Crees que el P. XX se atrevería?


Los comentarios se prolongaron más de lo habitual. Yo no reprimí unas toses, que exageré ayudado por un leve picor de garganta. Abrí cuanto pude los ojos en señal de sorpresa.

Llegó el enfermero con el desayuno y me regaló toda una crónica:

Todo parecía normal, reflexionaba en voz alta. Meditación, Laudes, Prima i Tercia, como de costumbre. A la hora de la misa Pitillas se coloca en el centro del coro con su gradual y nadie encuentra el suyo. Leves murmullos. Mandan a unos cuantos estudiantes que bajen a buscarlos al crucero de la iglesia donde nos situamos los días festivos para la misa cantada. No tenía mucho sentido, pero era una posibilidad. Antes de que regresar los enviados aumentan los murmullos. El prior se pone nervioso. El Provincial, creo que, para bajar la tensión, se retira a decir misa a las capillas de la iglesia. Finalmente, el cantor decide hacer misa rezada. En el refectorio, caras largas e interrogantes durante el desayuno. Aquí el sermón del Maestro de estudiantes y qué sé yo qué pasará con la visita canónica de por medio. Tienes suerte, el catarro te deja fuera de sospecha.

A la hora de comer, el provincial, el P. Gayo, interviene en el refectorio, ante toda la comunidad casi en los mismos términos que Aristónico en la mañana. Transcurrieron los días de la visita canónica sin que nadie pudiera dar pistas sobre el paradero de los graduales. Parece que en la mayor parte de las entrevistas la salutación era seguida de un “¿sabe usted el paradero de los graduales”? Nadie sabíamos nada.

No fue hasta una semana después de la visita canónica que hicimos partícipes, yo a los seis o siete compañeros de la revisión de vida, y Arribas a sus próximos, de la autoría del delito. Ni una pista del escondite.

Antes de que marchara el Provincial la multicopista Gestetner no tenía descanso: había que ciclostilar misas en castellano, con la anotación musical incluida. Disponíamos de muchas “manitas” especializadas que se habían entrenado en la confección de la revista Guzmania y los primeros números de Oriente.

Me apunté a una comisión para solicitar que, al menos una vez al mes, celebrásemos una misa cantada en gregoriano. Que se pidiese a Roma o a donde se pudieran encontrar tres o cuatro graduales, para repartirlos entre los “manitas” que preparasen clichés para ciclostilar partes del común y algún propio. No disponíamos de fotocopiadora, si es que existían en el mercado.

Pasaron los meses y lo extraordinario se convirtió en normal. Debía ser ya el mes de junio, pues habían acabado las clases, cuando un grupo de niños de seis o siete años, que asistía al catecismo con uno de los padres más ancianos (no recuerdo quién era), entraron en escena. Era frecuente verlos corretear por los claustros y jugar al escondite entre ellos y con el catequista. En uno de sus juegos se metieron en el aula y descubrieron “muchos libros debajo de la escalera”.

Con la recuperación de los graduales redescubrimos unos melismas mejor definidos y uniformes que los salidos de nuestra sufrida multicopista.

No hubo castigos ni revanchas ni victorias sino curso natural de los acontecimientos. La fuerza de los hechos, que suele ser más contundente que las razones. ¡Ah!, en aquella época el pecado mortal era mortal. Supongo que sigue habiendo visitas canónicas y preceptos formales y, espero, una imagen divina indulgente.
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