Cookies en antiguosalumnosdar.com

Esta web utiliza cookies. Si sigues navegando, se entiende que acepta las condiciones de uso.

Más información Cerrar

#1 EL MANUSCRITO RESCATADO, Transcripción Amable Álvarez (II) publicado el 24/05/2021 a las 10:00
Las tardes que hace bueno me las tomo de asueto. Sentado en una silla de tijera en la puerta lateral del convento por la que acceden los vehículos, el personal de la residencia de las monjas y otros trabajadores, recibo a quien tiene a bien visitarme. Le llamo la oficina, y allí vienen a jugar entre ellos, con los gatos y conmigo, algunos niños cuando salen del colegio. Me hacen participar al escondite y a la gallinita ciega, y no hace falta sortear el papel de cada uno porque han decidido que yo sea siempre quien busque y quien pille.

Al escondite ellos siempre se salvan porque corren como liebres, y en la gallinita ciega, escurridizos como anguilas, soy incapaz de atraparlos. Aunque no me gusta perder he acabado conformándome. Cuando se cansan nos sentamos y les explico cuentos o historietas de mis andanzas por esos mundos, que a veces me invento, antes de compensarlos con alguna golosina de las que guardo de los festivos, o que sustraigo, cuando puedo, de la despensa, y que ellos esperan como agua de mayo. No quiero que se acostumbren a recibir a cambio de nada. Do ut des, que tampoco esta se me ha olvidado.

Pero hará ya una semana, antes que los niños se presentaron dos niñas algo mayorcitas ya. Habían oído que yo repartía caramelos y otras chucherías y que si les daba. Les dije que compensaba a los pequeños porque me hacían compañía y alimentaban los gatos con los restos de comida que yo sacaba del refectorio. ¿Y no va una y me dice, pura inocencia, quiero suponer, que si les doy las golosinas, ellas a cambio, me enseñan las tetas? Pero si sois muy pequeñas y aún no tenéis, por seguirles el juego; y ellas que sí y yo que no, y yo qué va y ellas porfiando que claro que sí, y va la otra y que si quiero verlas me las enseñan; y yo que de ninguna manera y que además no veo tres en un burro. Y no van y me cogen una mano cada una, se la acercan al pecho y toque, toque, padre, y verá. Y bueno, al final acabé tocando y sí tenían, sí.

Les di una bolsa de peladillas y una barrita de guirlache. Las peladillas eran de hace dos Navidades y no sé si no habrán enranciado. Les prohibí que volvieran solas. Ni solas ni acompañadas. No volvieron.

Y por esto y por lo de la ropa íntima femenina los mismos que califican de infantil mi comportamiento, me acusan de viejo verde. Que se aclaren.
Antes de que se me olvide, Diosdado ya es padre y ha sido niña. Cuando le pregunto cómo le pusieron, baja la vista, avergonzado, y dice que Sonsoles, como la madre y la abuela. Estuve por pedirle que me devolviera los veinte duros. Por calzonazos.

También pasan por mi oficina algunos estudiantes, que lo hacen por comodidad, por sortear el control del hermano portero, por darme un poco de charla o por chancearse de mí, que de todo hay. Ahora es habitual una pareja a los que solo conocía por tenerlos vistos en las actividades comunitarias. Uno cojea ostensiblemente porque, según dice, tratando de chutar el balón, impactó contra la roca de granito que sobresale un palmo en el centro del campo. El otro bromea que eso le pasa por jugar sin gafas y con una sola pierna; y el uno, que fue porque el balón hizo un giro imprevisto al chocar con la roca y lo despistó, so listo. Siempre lanzándose pullas, pero se ve que se llevan bien.

El que cojea y el que no, dicen llamarse Peñita y Amable, respectivamente, pero si se creen que me la van a dar con queso están muy equivocados, porque sé muy bien que amable es un adjetivo y Peñita el nombre artístico de banderilleros o guitarristas de cante flamenco. Dicen que hacen un cursillo de enfermería en el Hospital Provincial y que les enseñan a tomar la temperatura, poner inyecciones, hacer extracciones de sangre e incluso, en el laboratorio, les confían el recuento de hematíes, leucocitos y plaquetas. Si es verdad y de la pericia de estos dos perillanes dependen el diagnóstico y el tratamiento de los pacientes, que Dios los coja confesados.

Me preguntan (¿a vosotros os parece pertinente que lo hagan dos estudiantes de teología cuando lo dice la Biblia?), que si creo en los ángeles. Y es que ellos afirman que se ven con dos, que también visten de blanco y con los que se llevan muy bien: sor Matilde, la jefa, y sor Lucía, la novicia, que también hace prácticas y a la que les gusta sacar los colores con sus bromas y picardías, que acaban cuando sor lajefa pone orden. Pues claro que creo en los ángeles, pero les recomiendo que, si llevan sostenes, desconfíen.

Poco a poco nuestra relación se ha ido consolidando y he acabado creyéndomelos. Aunque a veces también me toman el pelo, sé que me respetan y que puedo confiar en ellos. Y ellos en mí. Y me hacen confidencias. Me cuentan, por ejemplo, que hay quien participa, a espaldas de la superioridad, en reuniones de organizaciones obreras cristianas progresistas como la JOC y la HOAC, y otras, como la OJE, de tinte falangista, dedicada al ocio y entretenimiento para jóvenes. Y de aquí salen excursiones, meriendas y vete tú a saber si guateques o algo más. (Lo diré en voz baja y al oído, porque así me lo dicen: una joven viuda desconsolada está deseosa de que la frecuente y consuele un estudiante -dicen que de la Provincia bética, quizás para despistar-, al cual, a su vez, no le importa frecuentarla para consolarla y ser consolado).

Cuando los excursionistas vuelven y la portería ya está cerrada, tienen que trepar por un poste de luz, saltar a la corona del muro y de allí al suelo. Así se rompió una pierna uno de los padres jóvenes. Y no es el que frecuenta a la viuda, que conste, porque no es de la Bética.

Hablando de excursionistas y de organizaciones obreras, también entre nosotros se han puesto de moda los sacerdotes obreros. Y uno, el P. Reviriego “Revi”, se lo ha tomado tan al pie de la letra que ha liderado la construcción de una capilla en el pueblo de La Cañada, ayudado los fines de semana por algunos estudiantes. El domingo pasado los vi salir para la inauguración con una pancarta que decía: “ESTE sí que es un SACERDOTE obrero”. Reconocí, entre otros, a Peñita, Amable y Peñamil, que es el portero titular de nuestro equipo.
…….
También me ha llegado que las relaciones con el Maestro de Estudiantes sean cada vez más tensas. Se lo compara con un frontón en el que rebota cualquier petición, iniciativa o proposición de cambio. Ha perdido la autoridad sobre ellos por su actitud intransigente. Si por él fuera volverían a la disciplina del noviciado. En nuestra sala de comunidad, que después del Vaticano II ya compartíamos legos y sacerdotes, creyendo que no los oía, porque yo, por conveniencia, les he hecho creer que soy duro de oído, el Maestro comentaba con Godo, otro que tampoco se aviene mucho con los jóvenes, que el estudiantado era un nido de víboras y que en la próxima visita canónica, anunciada para dentro de uno días, no tendría más remedio que plantear la conveniencia de suspender en moribus a los cabecillas, para escarmiento general. Y me pareció sentir el nombre de uno de los confidentes que tiene entre los estudiantes, al que llamaré fray Tresemes, las iniciales de su identidad.

Ahora me explico por qué el otro día, volviendo del cementerio de llevarme unas flores y rezar una oración por mi eterno descanso, en el receso para el refrigerio entre clases, un grupo de ellos cantaba debajo de la celda del Maestro la canción Belén Belén, de un gitano catalán que tengo visto en la televisión y que voltea muy bien la guitarra: Seguro que se moriría/si al pez le faltara el agua/Yo también me moriré/si me falta tu querer
Parece que el canto se ha hecho habitual. Algo crueles sí que son
.
..…..
Otro de los que pasa, como hoy, por mi oficina cuando vuelve a casa es Eutiquio, el sacristán de la parroquia de San Pedro, situada extramuros como nuestro monasterio. Me da y me pide la novedad. Casi no lo es, por bastante habitual, pero estos días de atrás, le cuento, hemos tenido varias defunciones y Diosdado ha necesitado refuerzos porque no puede con todo. No somos nadie, dice, y me pregunta si el fraile que le ha dado a su hija un paquete de peladillas - rancias, por cierto - soy yo y a santo de qué. Sin saber la versión de la niña, le conté la mía y, naturalmente, me creyó.

Y bramó que no sé dónde vamos a ir a parar con tanta procacidad y atrevimiento, que cuando llegue a casa le voy a dar cuatro zurriagazos y menos mal que ha sido usted, que si llega a dar con un pervertido… Mejor un buen consejo que cuatro zurriagazos, le sugiero. Saca la cajetilla de Chéster obrero, y me ofrece uno, que tiro después de cuatro toses; él se tranquiliza después de cuatro caladas. Y se va animando. Se ve que lo de las tetas de la niña le ha hecho recordar y me cuenta que con don Zósimo, su párroco y hermano de su mujer - ahora me explico por qué es el sacristán -, se apostaron una botella de Anís del Mono a que en el paseo del jueves por la tarde el cura le tocaría las tetas al menos a una joven. Observaréis, por el lenguaje, que Eutiquio no es lerdo, pero tampoco tan culto como se cree. Es verdad que iba para cura pero sacó encinta a la que hoy es su mujer y le obligaron a dejarlo. Así me explicó lo sucedido:

“Usted no lo conoce - empezó -, pero don Zósimo es muy zalamero con las mujeres y sabe cómo camelarlas, no para enamorarlas, usted ya me entiende. Era una tarde soleada y salimos después del rosario en busca de la víctima propiciatoria, que apareció dando el pecho a un bebé en una esquina recoleta al abrigo de miradas lascivas y acompañada por su madre y el hijo mayor, que correteaba, celoso del bebé, a su alrededor. Sorprendida por la espalda, hizo ademán de esconder lo que el niño succionaba con fruición, pero al ver la sotana pareció confiarse. Don Zósimo lanzó el ataque:

- Buenas y santas. ¡Huy, huy, huy, qué niños tan guapetones! Y mira este mamoncín cómo se amorra al pilón. ¡A que te lo quito, chiquitín!

Y con un gesto sutil de su índice presionó hacia atrás la aureola del pecho, la madre sofocada con el pezón al descubierto, y el niño berreando y buscándolo de nuevo con desespero. Don Zósimo vuelve a la carga:

- Mira, mira cómo hociquea desconsolado, el pobrecillo, buscando sin encontrar. No sé, quizás el otro…

- Ya está, ya está, venga, venga
- la madre. Y escondió uno y le ofreció el otro, al que el niño con los ojos semicerrados y una sonrisa beatífica,se agarró frenéticamente, al tiempo que ella se giraba para que don Zósimo no pudiera repetir la operación. Contrariado pero galante, el párroco:

- Debe estar orgullosa porque los tiene usted muy pero que muy preciosos. La felicito. Ojalá se le conserven así muchos años, señora, y que nosotros podamos verlos. El sacristán las obsequiará con unas estampitas de nuestra Santa. Con Dios, señoras. Continuamos nuestro paseo.

Y cuando ya estábamos a lo suficientemente lejos y creían no ser oídas, la hija a la madre:

- Madre, no sé…Cuando el párroco ha dicho que los tengo muy preciosos, se refería a los niños, ¿verdad? - roja como un tomate.

- Ay, hija, tienes unas cosas…


Y yo a don Zósimo y después él a mí:

- Tendrá que conformarse con una de medio. Solo le tocó uno. Aunque eran familia, en público Eutiquio debía mantener las distancias.
- Paciencia, Tiquio, la tarde es larga”.

A Eutiquio se le hizo tarde y acabó aquí. Me prometió el final de la historia otro día.


-------------------------------
IN DIEBUS ILLIS (III-2)

ÁVILA. INSTITUTO DE TEOLOGÍA (1967/1968)
Para poder participar tienes que iniciar sesión. Si todavia no tienes una cuenta puedes registrarte.

admin

Head-Admin

Opciones del hilo:

Seguir hilo Ignorar hilo Añadir hilo a favoritos

Debates activos

Activos
Condiciones de uso / Información legal / Contactar 2015 ©

Iniciar sesión

¿Todavia no tienes una cuenta? ¡Regístrate!