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#1 DOMINGO DE GUZMÁN Y LOS CÁTAROS, Aniceto Núñez publicado el 19/01/2017 a las 17:33
1.- EL PAPA
            Lotario de Segri fue elegido Papa en 1198. Con treinta años planteó tres grandes objetivos:
a)    Organizar la administración de la Santa Sede.
b)    Reformar la Iglesia. En verdad, intentaban reformarla casi siempre y casi todos los anteriores Papas.
c)    Hacer realidad una “teocracia”, es decir, una gran república cristiana, en la que el Papa sería el “Rey de Reyes”, a falta de emperadores, reyes o condes.

En resumen, Inocencio III soñaba con la plenitud del poder.

En el Concilio de Nicea (325) el emperador Constantino organizó el Estado-Iglesia, prescindiendo de la aristocracia de los senadores y elevando a los obispos, que serían sus acompañantes. Es evidente que los obispos dejaron de ser representantes de Jesús para transformarse en “clase gobernante” ¿Qué sucedió? El obispado, o los obispos en gran cantidad, se convirtieron en defensores del Emperador y se extendió la corrupción desmedida de la Iglesia.

Lotario de Segrí utilizó a Arnaldo Amaury, abad general del Císter, para aniquilar la Iglesia occitana. Él, pastor, rey, conciencia y guía de la Cristiandad, no podía ni debería depender de la fuerza de los “cátaros”. Con más exactitud, aceleró el Decretal “Vergentis in senium” para aniquilar a esos herejes.
Su ánimo estaba desbocado. En 1199, meses después de ser elegido, convocó la Cuarta Cruzada para liberar los Santos Lugares. En 1207 proclamó la Cruzada contra los albigenses, más bien para olvidar el fracaso total de la Cuarta Cruzada. En 1211, en plena Cruzada albigense, predicó una Cruzada contra los musulmanes de España. Finalmente en 1215, organizó la Quinta Cruzada a Jerusalén. ¿Tendría tiempo suficiente para iniciar una cruzada para mejorar la Iglesia?

¿Qué perseguía el Papado convocando una cruzada en el Sur de Francia? ¿Tendría un plan sobre el futuro de la Occitania? Envió una carta a Felipe Augusto, rey de Francia, animándole a que la repoblara con habitantes católicos “bajo vuestro feliz dominio”. ¿No sabía que la Occitania tenía muchos más acuerdos con los reyes y condes de España? Inocencio-Papa se enfrentaba con el Inocencio-Rey de Reyes.
Los cátaros o la Iglesia de los Buenos Cristianos se transformaron en catalizadores de las definiciones dogmáticas:
-          Consustancialidad de las tres personas de la Trinidad.
-          Realidad de la Encarnación, Pasión y Resurrección de Cristo.
-          Transubstanciación o presencia real de Cristo en el pan y el vino.

Domingo intentó aclarar la situación, diciendo a Inocencio que los herejes no son los que arden en las hogueras, sino quienes las encienden. Domingo convivía con cátaros en Fanjeaux y nunca utilizaron violencia contra él. Fulco, obispo de Toulouse, que facilitó a Domingo la donación de la iglesia de Prulla, le dijo al Papa que, en Toulouse, la población comprobó, en su carne, que los cruzados no perseguían a los herejes, sino que convertían en herejes a todos los que se oponían a sus abusos. Aude de Fanjeaux no entendía lo que estaba explotando. Su Iglesia, pobre y penitente, utilizaba el Padre Nuestro como única oración que nos dejó Jesús, respetaban el bautismo en el Espíritu, vivían según el mensaje del Sermón de la Montaña, tal como nos legó Mateo. Eran mansos, hambrientos y sedientos de justicia, misericordiosos, pacíficos y perseguidos.

¿Por qué no se puso la Cruzada en manos de Pedro II, que tenía vínculos históricos, sociales y culturales con Aragón y Cataluña? Al contrario, Inocencio no llamó a Pedro II porque quería que la cruzada la dirigiera el rey francés Felipe Augusto. Además, Inocencia tenía planificado el orden de ataque: un cuerpo del ejército bajaría por el Ródano, otro desde Puy y el tercero, desde Burdeos, siguiendo el Garona. Objetivos fundamentales a aniquilar: el conde de Toulouse, el vizconde de Carcasona y el conde de Foix, que eran “defensores de la herejía”. El rey de Francia seguía denegando su ayuda y autorización al incumplimiento de la ley feudal ¿Qué ocurriría si un hecho imprevisible obligara a Felipe Augusto a aceptar la intervención? Al alba del 14 de enero de 1208, cuando pretendía atravesar el río Ródano, Pedro de Castelnau, legado pontificio, fue asesinado por la espalda. Había explotado el tiempo de la espada, porque el tiempo de la palabra murió asesinado en las orillas del Ródano.
 
 
2.- DOMINGO DE GUZMAN

 El posadero de Toulouse logró que Domingo descubriera esa herejía que defendía la pobreza evangélica. No tenía nada que ver con los judíos y musulmanes en Osma. Ahora se enfrentaba a un cristiano que rechazaba la Iglesia de Roma porque ya no encarnaba el mensaje de Jesús. Palabra mendicante frente a palabra crítica. Vida como vivió Jesús: pobre y caritativo. Como recuerdan los “Hechos de los Apóstoles”: pobreza, amor a los demás, rechazo al boato y a las riquezas.
       
Diego de Azevedo, en el año 1201, le nombró prior del Capítulo de Osma. Tenía 25 años. Quería volver a los orígenes. Predicar “verbo et vita”; con la palabra y con la vida. Pero el rey de Castilla, Alfonso VIII, intentaba un matrimonio de su hijo con la sobrina del rey de Dinamarca. Fracasaron Diego y Domingo, por rechazo de la pretendida esposa porque ella quería entrar en religión. Necesitaban ayudas para que se casaran. Las mejores serían presentarse al Sumo Pontífice para que resolviera la situación, y ese fue encargo de Domingo.
          
  Roma, centro espiritual del catolicismo y del poder eclesiástico, desconcertó a Domingo. En el palacio de Letrán pululaban los mercaderes, obispos con sombreros y vestimentas lujosas, cardenales de rojo intenso. Detrás de todos ellos: aduladores, mujeres fáciles pero elegantes, gentes que se acercaban y susurraban a un Cardenal. Un enorme teatro en el que cada uno intentaba representar su papel lo mejor posible. ¿En qué momento Cristo se reunió con reyes o nobles o mercaderes o prestamistas judíos?
           
 El Papa pretendía resolver dos problemas: en principio, la Iglesia nunca sufrió un ataque tan destructivo como el de los albigenses o cátaros. Superior al maniqueísmo y el arrianismo. Hay que mantener el castigo y la fuerza. O mejor, la palabra con espada. La segunda idea de Inocencio debería ser un nuevo movimiento. Una especie de volver a los conventos. Pero Domingo creía en una religiosidad urbana, fundamentada en vivir humildemente: verbo et exemplo. La palabra y el ejemplo. No en monasterios alejados de las ciudades.
          
  En el verano de 1206, Diego y Domingo bajaron hasta Montpellier para encontrarse con el legado pontificio, Arnaldo Amaury. La orden pontificia exigía cumplir el “negotium pacis et fidei” ¿Decidimos que la Iglesia declare herejes y que la espada los ejecute? A los nobles les aplicarían la excomunión y confiscación de bienes. El clero vendía sacramentos, penitencias, indulgencias. Todo lo sagrado estaba en venta pública. Domingo y Diego comprendieron el planteamiento del legado pontificio, pero ellos admitieron la Santa Predicación tal y como la formaron. Servian, Beziers, Carcasona, Fanjeaux, era el centro de comunicaciones y centro espiritual de la Iglesia albigense. Diego y Domingo tenían su casa en Fanjeaux y tenían una casa en Prulla, con una priora, Guillerma, y once mujeres más. Prulla y Fanjeaux se convirtieron en ejemplo de una nueva religiosidad católica.
           
 A finales del verano de 1207, Diego de Azevedo regresó a su Castilla que disfrutaba de una larga tregua con los almohades. Los tambores de guerra descansaban en los sótanos de los castillos. Domingo quedó en absoluta soledad. Con él sólo estaban las monjas de Prulla y su obligación de predicar a lo largo y ancho del Lauragais. En su mano, el bastón. En los pliegues de la túnica el Evangelio de Mateo y las Epístolas de Pablo. Solo poseía una túnica y una miserable capa. Ni dinero, ni bolsa, ni alforja. Caminaba descalzo hasta llegar a las villas o ciudades, donde se ponía el calzado que llevaba colgado del cuello.
          
  Predicando un día en el mercado de Fanjeaux sobre el sentido de la Cruz, que era la más perfecta expresión del amor a Dios, uno de los herejes gritó: “Es un provocador”. Blasfemia. Un tejedor arrolló el círculo de oyentes y golpeó a Domingo. La muchedumbre lo arrastraba, lanzando piedras desde todos lados. El furor popular se desató. Una piedra impactó en su cabeza. Se tambaleó. Pero se levantó, se lanzó al suelo para recuperar su Cruz. En ese momento, Gilberto de Castres, el más preclaro Buen Hombre, lo tomó por el brazo, retirándole entre las personas, atónitas. Gilberto le miró a los ojos mientras le decía: “No tengo duda alguna de que eres un hombre de Dios. El amor que inunda tu corazón supera el poder de tu palabra. Confío en dar unos paseos contigo”.
           
 Desde finales de 1207 hasta mayo de 1211, Domingo siguió solo, sin desfallecer, su predicación. Le despreciaban los abades y el papa Inocencio sólo estaba convencido de que la solución era la Cruzada. Domingo comprendió que la persuasión y la conciliación habían explotado en las orillas del Ródano. Excepto él, todos los demás exigían la Cruzada. Había llegado el tiempo de la espada, porque el de la palabra murió asesinado en las orillas de un río. En los tres años siguientes, Domingo se dedicó a predicar a los fieles católicos, porque los albigenses huyeron o se escondieron. Le encantaba recorrer los caminos y las aldeas de Lauragais. Nunca más lejos de dos jornadas de marcha desde Prulla. Por los caminos meditaba su gran proyecto: un cuerpo de predicadores. Lo primero fue el diseño de la Orden, fundamentado en tres convicciones: la predicación, la Constitución que consolidaría la vida en comunidad y la pobreza voluntaria. En esa vida por los caminos del Languedoc descubrió una oración para la paz: el rosario. Los albigenses rezaban el Padrenuestro. Domingo no colaboró con la Cruzada ni suscitándola, ni dirigiéndola, ni predicándola, ni justificándola. Nunca asistió a Concilios, ni a asedios, ni a los triunfos. Nunca cantó el Te deum de la victoria a la luz de las hogueras en que ardían los cuerpos de los herejes. Ardían también las palabras. Domingo, predicador de la palabra mendicante, no franquearía nunca la barrera evangélica y la barrera mental que le condujese al abismo.
        
    Inocencio III, al enterarse del asesinato del legado Pedro de Castelnau, en el ejercicio de su “plenitud de poder”, remitió tres cartas: la primera, al rey de Francia, Felipe Augusto. La segunda a arzobispos, obispos y abades, y la tercera, a nobles y condes de todo el reino. Inocencio propuso a Felipe Augusto que Occitania se integrara en el reino de Francia, en contra del rey Pedro II de Aragón y del sentir de la gente del Languedoc. Ese mismo planteamiento ya se lo había comunicado al rey de Francia con fecha 28 de mayo de 1204. Es decir, dos años antes del asesinato de su legado, el Papa pretendía ya invadir el Languedoc. Algo oscuro dejaba pensar la actividad del Papa. Según él, la reunificación espiritual se consolidaría después de la reunificación política. Con ella, imponer el derecho canónico sobre el derecho feudal.
           
 Ante tanto silencio, Inocencio dio un giro radical. La nueva lucha sería la predicación, que encargó a los cistercienses. Austeros y disciplinados. Dos meses después, y lograda una sola conversión, retornaron a sus tranquilos y serenos recintos. Ningún noble retiró su protección a los herejes y ningún creyente cátaro, excepto uno, renunció a su fe. Así, en el período 1204-1208, Inocencio desconfiadamente confió en la palabra. Si el asesinato de Pedro de Castelnau se pudiera atribuir a Raimundo, Conde de Toulouse y líder carismático de los condes y barones, se podría eliminar a Raimundo VI por “indicios ciertos”. Pero Raimundo negó rotundamente su participación. Inocencio, que no conocía el Languedoc, lo definió como “tirano impío y cruel, hombre pestilente e insensato, miembro del demonio, hijo de perdición, criminal empedernido y vivero de pecados”. Parece que el Inocencio-Papa acaba de recorrer exactamente lo que criticaba del conde de Toulouse.
            
Tres ejércitos avanzaban hacia Occitania. Flamencos, normandos y borgoñeses. El 21 de julio de 1209 los tres ejércitos se concentraron ante Béziers. En un momento de la mañana, jóvenes de Beziers, dominados por su ímpetu, abrieron una puerta del recinto amurallado. Los ribaldos se lanzaron contra ellos y penetraron en la villa. Los caballeros cruzados protestaron a su legado Arnaldo. ¿Cómo podrían diferenciar a los cátaros de los cristianos? El representante del Papa y abad general del Císter, Arnaldo, respondió con una rotundidad increíble y absolutamente infame: “Matad a todos. Dios conoce a los suyos”. Luego, Carcasona, donde llegaron el día 1 de Agosto. Simón de Montfort dirigía “el ejército de Dios”. La ciudad se rindió el 15 de Agosto. Agotándose el tiempo, Simón decidió continuar la conquista de los herejes. Montreal y Fanjeaux, se entregaron. Y puso sitio a Cabaret. Varios asaltos, pero cada vez más duros. Simón, el león de la Cruzada, quedó solo en territorio hostil. En la primavera de 1210 Simón de Montfort decidió atacar Bram y continuar hasta entrar en Toulouse. En el campo de Muret, el 12 de Septiembre de 1213, murieron los poetas y la libertad de la Occitania.
            
Pero, ¿en dónde estaba Domingo? Desde agosto de 1207 hasta mayo de 1211 estuvo refugiado en Prulla y Fanjeaux. Contempló cómo el “Ejército de Dios” arrasaba pueblos, encendía hogueras, se apropiaban de tierras y títulos, derrocaban leyes y costumbres de una rica cultura. En plena descomposición y asesinatos, Domingo encontró a Fulco, el poeta-obispo de Toulouse. Creyó en la Santa Predicación de Domingo. Contumaz y genial, Fulco se dedicó a abrir caminos a Domingo. Lo llevó como secretario suyo, al IV Concilio de Letrán. Volvió a encontrarse con Inocencio, variable y autoritario, desconfiado y diplomático. Pero la providencia facilitó que su sucesor fuera Honorio III, convencido de la necesidad de una Orden que preparara predicadores en un momento en que los obispos o no podían o no querían ejercer la predicación. En su bula de 12 de diciembre de 1219 explicó lo que deseaban y soñaban Diego y él: “cumplir el ministerio de la predicación en la abyección de la pobreza voluntaria”
            
El 23 de abril de 1215, con la ayuda de Fulco, instituyeron una casa religiosa en Toulouse. Pedro Seila, fray Tomás y Guillermo unieron en esa casa sus vidas con la de Domingo. En ocho meses recorrió Italia, España y Francia. El trabajo era agotador. Su deseo era edificar un ejército de predicadores, capaces de entregarse a su lema: “Contemplata aliis tradere”. Entregar a los demás lo que nosotros contemplamos en la oración y el estudio. Nuestro monasterio será la calle o mejor los infinitos caminos del mundo.
           
 Fray Rodolfo de Faenza le enjuga el rostro empapado en sudor. Respira con enorme dificultad el aire caluroso del mes de agosto en Bolonia. En la tarde del 6 de Agosto del año 1221, Domingo se dirige, desde la cama, a los frailes que le rodean: “Si no tenéis caridad seréis como un bronce que suena o un címbolo que retiñe”. No existe otro camino. Tenía menos de cincuenta años.
 
 
3.- LOS CATAROS O ALBIGENSES
            “Jesús fue un judío, no un cristiano”, afirmó Wellhausen, gran investigador bíblico. EL cristianismo nace como interpretación de la figura y de la doctrina de Jesús de Nazaret. Los primeros cristianos eran judíos que organizaron un grupo de creyentes convencidos de que la llegada del Reino de Dios resultaba inminente. Después, el fin del mundo. Su única preocupación, a lo largo de esa espera escatológica, se centraba solamente en vivir las enseñanzas de Jesús y de los textos de la Sagrada Escritura. Los fundamentos de su fe eran sencillos: cumplimiento de la Ley y la oración para preparar esa venida del Reino de Dios.
            
Paulatinamente, fueron comprendiendo que el fin de los tiempos, es decir que la venida del Reino no era inminente. Y comenzaron a plantearse preguntas radicales: ¿Cuál es la naturaleza de Jesús? ¿Cómo debería ser la misión encomendada? ¿Qué era la angustia de la salvación? Pasado el tiempo mesiánico, comenzaron a incorporarse al grupo inicial otros judíos de la diáspora y gentiles fundamentados en el platonismo, con preparación filosófica. ¿Cómo explicar la esencia de una religión nueva con palabras generadas para explicar el mundo y el hombre? Por ejemplo, afirmar que Jesús, el Logos, es Dios, resulta absolutamente ininteligible para un conocedor del platonismo.
          
  El intelectual de los siglos I y II se sentía aprisionado por la angustia del hombre, prisionero en un mundo que le oprime, como una cárcel. Es el problema del mal. ¿De dónde procede el mal? Sería absurdo pensar que Dios sea el creador del mal. ¿Procede de Satanás? Pero si Satanás crea el mal, es Dios. Problemática que pretendía solucionar el gnosticismo. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Cómo puedo lograr la salvación? Leyendo el “Timeo” de Platón, aquellos pensadores cristianos se encuentran con el mito del Demiurgo, que posee poder divino, pero inferior al Uno y al Bien. Según Platón, ese Demiurgo sería el responsable de la creación del Universo. Ya tenemos el Dios Supremo y el Demiurgo. Bien y Mal. En el intento de explicar este problema fundamental, los pensadores cristianos elaboraron una doctrina de acuerdo con la gnosis. “Dios existe, pero es incognoscible e indefinible”. Por eso, su definición sólo podía ser negativa: “no es cognoscible”, “no es engendrado”, etc. Pero esa Divinidad se acompaña del Pensamiento (Logos), como proyección de sí misma. En un momento dado, el Ser Transcendente decide la creación. Para ello, emana un “Dios hacia fuera” (el Hijo). ¿Pueden existir tres dioses? Estaríamos en el politeísmo griego y romano. El problema ocasionó la explosión del “encratismo”: no se debe intentar explicar a Dios. No debo pensar más. Solamente debo vivir como cristiano renunciando al mundo y al cuerpo. Ascetismo extremo, que los llevó a diseminarse por los desiertos africanos y vivir la continencia y el ayuno en plena soledad.
            
El primer problema que se les plantea a los intelectuales cristianos será el de la naturaleza de Jesús. Veamos:
1.- Jesús es un hombre corriente, pero se convierte en un ser divino tras su muerte. Lucas, en “Hechos de los Apóstoles” afirmó: “Jesús de Nazaret fue el hombre a quien Dios avaló ante vosotros con los milagros”.
2.- El tránsito de hombre a Dios se produce en un momento especial de su vida. Marcos: “por aquellos días llegó Jesús procedente de Nazaret y Juan lo bautizó en el Jordán. Al salir del agua, vio Jesús que el cielo se abría y que el Espíritu descendía como una paloma”
3.- Jesús es Hijo de Dios desde el momento de la concepción, como afirma Mateo.
4.- Jesús es Dios desde siempre, porque es la Palabra de Dios (como afirma Juan al comienzo de su evangelio). La cuestión sigue inmóvil: ¿es posible que el Hijo de Dios muera en la Cruz?
 
            
En los comienzos del siglo II explota el debate sobre la trinidad. El creador del mundo es Yahvé, el dios del Antiguo Testamento. Sabelio, en la segunda mitad del siglo II, afirma que el “Padre y yo somos uno” (Juan, 10-30).
          
  Finalizando el siglo III surge una profundización del helenismo. Alejandría Y Orígenes. El debate se centra en la relación entre el Dios-Uno y un Jesús ya divinizado. Pero también aparece Arrio: “Dios es único. El Hijo (Jesús) es una entidad divina, pero subordinado al Dios Único”. Otro enfoque: mientras el padre es real y absolutamente Dios, el Hijo es el Verbo, el camino hacia el Padre. Arrio ni se plantea cómo pueden coexistir tres personas en una sola sustancia.
            
El 20 de mayo de 325, en Nicea, Constantino el Grande reunió a 250 obispos para proponer “un solo sentir para que prevaleciera una «fe concorde» (formula fidei). Aún después continuó el problema. Por eso Constantino convenció “a su manera” para que dejasen de explicar más. Tanto en Constantinopla (381) como Calcedonia (451) se buscaron soluciones para que ningún obispo pudiera negar lo aprobado en Nicea. Para ello, Constantino organizó un Estado-Iglesia, dirigido por los obispos, anulando la aristocracia de los senadores. Los obispos dejaron de ser representantes de Jesús para transformarse en “clase gobernante”. El obispado se convirtió en defensor del Emperador. Resultó que desaparecía la palabra de Jesús y lo que se estableció fue una Iglesia organizada y dirigida al servicio del Imperio.
            
Al fin se había logrado la paz en torno a la fe en la Trinidad y en la divinidad de Jesús. Pero, ¿a qué precio? Los alejandrinos mantendrán la postura denominada “monofisita” que afirma que, en Cristo, sólo hay una naturaleza, divina y humana a la vez, reunidas en una “persona”.  Los antioquenos defenderán que en Jesús hay dos naturalezas distintas, hombre y Dios, pero reunidas en una sola “persona”. En el primer tercio del siglo V, Nestorio afirmaba que si en Jesús hay dos naturalezas (divina y humana), tiene que haber también dos personas (divina y humana). Por eso, su persona divina no puede nacer de la Virgen María, simplemente porque “una criatura no puede generar lo que es increado”. La Virgen María sólo podría ser madre del hombre “Jesús”.
            
La Iglesia pagaba un precio muy alto por la ayuda de los emperadores. Constantino, Constancio, Teodosio, Honorio….impusieron, por la fuerza de la espada y del exilio forzado, la fe que definían los teólogos. Pero esa fe quedó prisionera del poder político a lo largo de los siglos. La Iglesia, que debería predicar una vida conforme a la enseñanza y la vida de Jesús, la pobreza evangélica, el amor entre los hombres…, quedó  sometida a los vaivenes de la Política. Papas y Obispos fueron, con demasiada frecuencia, incapaces de diferenciar “lo que es de Dios” y “lo que es del Cesar”. Durante siglos, el César es Dios (en algunos momentos) o el representante de Dios es el César (en otros). Esta premeditada confesión fue infinitamente más dañina para la Iglesia que el arrianismo, o el gnosticismo o el nestorianismo. Sólo quedó algo de la Iglesia de Jesús, pobre y caritativo. La contradicción entre la vida real de la alta jerarquía y la predicación de la palabra de Jesús ha sido una constante a lo largo y ancho de la historia. Domingo de Guzmán y Francisco de Asís decidieron utilizar el bisturí para sanar esa úlcera aniquiladora.
          
  ¿Cómo y por qué emergió con tanta fuerza, La Iglesia de los Buenos Cristianos en el Languedoc? En primer lugar, porque las convicciones sobre los orígenes de la Creación, del mal, del hombre, de la salvación y del más allá, iniciaron un proceso de racionalización que comenzó en el siglo IX en Occidente. “Tened piedad del alma encarcelada” grita el ritual de esa Iglesia. El individuo es el alma, porque el cuerpo no es más que un conglomerado de hambre, de enfermedades, de sufrimientos, de muerte… El cuerpo es el resumen del mal. Y el alma está suspendida entre dos abismos: el Espíritu divino y la nada satánica. Esta es la esencia de su fe. El alma es el cofre de los deseos ¿Cómo controlar esos deseos? Viviendo en la pobreza evangélica, acostumbrándose a una ascesis personal muy acentuada y siguiendo ritos del cristianismo primitivo, como la salvación por el bautismo del Espíritu con imposición de las manos. Nada que ver con el esquema católico de “laboratores” y “oratores”. Los “oratores” se aislaban, encerrándose en monasterios, ajenos a los problemas de la gente normal. Los obispos católicos, revestidos con su capa, su mitra y su báculo y adornados con pectoral y anillo, no eran el ejemplo. Todos hablaban sobre Dios, pero unos estaban alejados para la gente o su imagen no era la de Jesús pobre. En contra, los cátaros vivían al lado de los hombres, trabajaban para vivir, atendían a los enfermos y necesitados y, sobre todo, vivían en conformidad con lo que predicaban: pobreza, ejemplo y oración. Además, los señores occitanos simpatizaban con esos “hombres de Dios”, que no reclamaban diezmos ni tierras, que no excomulgaban a los que deciden no respetar los lazos matrimoniales, que no les exigían eliminar el trato con los judíos, que ayudaban con la circulación del dinero.
          
  Bernardo de Claraval, cuando visitó la Occitania para exterminar la Iglesia de los Buenos Cristianos, se avergonzó de lo que vió: “La Iglesia brilla por todas partes, pero los pobres viven en la indigencia. Sus piedras están cubiertas de oro y sus niños están privados de vestidos”. Los católicos no sólo no ayudan a los necesitados, sino que inventan medidas engañosas para sacar el poco dinero que poseen: diezmos, primicias, indulgencias. Crean el Purgatorio, que resultó el invento más rentable: pagar misas por los difuntos, o donar limosnas que alivien los castigos y los males de las almas penitentes. En contra, los Buenos Cristianos recorrían los caminos, descalzos y pobres. Eran mendicantes. Es decir, una Iglesia de proximidad, una Iglesia de amor. Al contrario, los clérigos rurales católicos eran incultos y derivan hacia la avaricia, la simonía y la poligamia. Dispuestos a vender a Jesús, no por treinta denarios sino por unos zapatos nuevos. ¿Cómo podrían explicar los Libros Sagrados si casi no sabían leer?
            
Esta Iglesia, pobre y penitente, enseña el Padrenuestro, que es la única oración que dejó Jesús e impartían el bautismo en el Espíritu y el fuego. Es la Iglesia que revive, en los siglos IX al XIII, la Iglesia de los Apóstoles. Viven con autenticidad el mensaje del Sermón de la Montaña. Pobres de espíritu, mansos, hambrientos y sedientos de justicia, misericordes, pacíficos y perseguidos. ¿Por qué los persiguen si no hacen daño a nadie? No creían en el Purgatorio. En los Libros Sagrados no existe ni un solo dato de referencia. Tampoco creían en el Infierno ¿Cómo puede un Dios infinitamente bueno condenar a un ser humano limitado y desvalido, a sufrir durante toda la eternidad? Su doctrina era clara: las almas, una vez liberadas de las ataduras del cuerpo, realizarán las reencarnaciones necesarias para limpiar sus pecados. En este proceso, que el “consolament” reduce  y anula, lograrán el conocimiento del Bien y retornarán a la patria celestial. El fin del mundo lo marcará la última alma en quedar limpia de pecado. Los ordenandos deben pasar la ceremonia de transmisión del Espíritu mediante la imposición de las manos: la recepción del bautismo con la consolación del Espíritu. Recorrerán, descalzos, caminos, burgos o villas de dos en dos, recitando el Padrenuestro. Llevarán siempre cabellos largos y barba. De su cinturón penderá un estuche de cuero con el evangelio de Juan. Podemos asegurar que el catarismo fue una religión cristiana, basada en una interpretación de las Escrituras, aunque rechazaban una buena parte del Antiguo Testamento, como la crónica de la creación del bajo mundo por el falso Dios.
           
 En marzo y abril de 1207, tanto los católicos como los cátaros plantearon un enfrentamiento buscando la verdad. Se celebraban en plazas y sin tener en cuenta los días. Los equipos de cada parte solían presentar cuatro personas, aunque serían dos lo que disputaban, acompañados por otros dos en cada parte que no intervenían, sino que ayudaban a los que disputaban. La primera se celebró en la plaza de la Magdalena de Béziers. Diego de Azevedo y Domingo de Guzmán representaban a los católicos y Gilberto de Castres con Aznaldo Arrufat representaban a los cátaros. El debate de Béziers se centró en el corazón del problema: “Dios y la Creación”. Todo el fundamento de los cátaros proviene del Nuevo Testamento, porque no aceptaban el Antiguo. El fundamento de los cátaros lo toman de la Primera de Corintios, 13-2: “Y si teniendo el don de la profecía y conociendo todos los misterios y toda la ciencia y tanta fe que trasladase los montes, si no tengo caridad, no es nada”. Claramente, los cátaros planteaban dos creaciones: la verdadera corresponden a las cosas que son realmente. Es la de Dios. La otra es ilusoria, la de las cosas que no tienen existencia, que es el mundo visible. Creación divina. El mundo visible no es la creación. Emana de otro principio. El verdadero dualismo supone una raíz del bien y otra del mal. El mundo visible, en el que nada es estable, se manifiesta en la corrupción y la muerte, desorden del mal, sufrimiento, violencia. Hay dos mundos y cada uno tiene su dios: lo invisible pertenece al Dios bueno, que salva las almas, y el dios malo, que hace las cosas visibles y transitorias. Es decir, el Dios del amor es el principio del ser y de lo eterno. El diablo inventó la muerte. En realidad, el debate, siempre por la tarde, duró 6 días.
            
Verfeil fue elegido para la segunda controversia. Un ambiente hostil esperaba a los representantes de Roma, porque en Verfeil “sólo había pocos hombres que no fueran herejes”. Años atrás, Bernardo de Claraval sufrió las iras de sus habitantes. Esto le convenció de que lo más sensato era atacar la herejía, no en las plazas sino en su celda monástica y con sus escritos. El debate se centró sobre Cristo y María. Diego de Azevedo abrió el debate con la lectura de un texto del evangelio de Juan: “Nadie subió al Cielo, sino el que bajó del Cielo, el hijo del hombre que está en el cielo”. La cristología tenía diferencias con la Iglesia romana, pero más cercana que el tema de la Creación. El cristianismo cátaro, como el cristianismo romano, planteaban la intervención de Dios en el mundo, pero por medio de Jesús-Cristo. Así, en su infinita bondad, Dios transmitió a su “pueblo en el exilio·, el mensaje de Revelación y de Salvación destinado a liberar el mal. El Cristo, enviado por Dios, apareció en este mundo y estableció el Reino de su Padre. Se acerca un poco más al dogma romano. Para los cátaros no era para rescatar el pecado original, sino su sacrificio y muerte en la Cruz, el Hijo de Dios descendió al mundo para enseñar a los hombres que su reino no es de este mundo. Un gesto liberador, como era el bautismo por el Espíritu. Cristianismo sin cruz y cristianismo sin eucaristía.
           
 Todos los heresiarcas se reunieron en Montreal para la última disputa. Se planteó el tema menos importante, pero resultó ser el más explosivo. El elegido cátaro comenzó atacando directamente a los sacerdotes católicos. Alto clero enfangado por la riqueza y la concupiscencia. Clero rural, pobre e ignorante ¿Y el clero regular? Ausente, cómodamente en sus abadías, apartado del mundo y de los hombres. La respuesta la dio Domingo: “Nosotros reclamamos la observancia estricta de los Evangelios, el retorno a la vida apostólica, la renuncia a la explotación de reliquias y santos, la desaparición de las riquezas eclesiásticas”. Los jueces elegidos, simpatizantes albigenses, no se atrevieron  a pronunciarse. Uno de ellos, malhumorado, arrojó el escrito presentado por Domingo a las llamas.

La primera fase del diseño quedaba rematada. Finales del año 1214. Inocencio quedaba satisfecho. Ahora su preocupación se centraba en el IV Concilio de Letrán y la convocatoria de una nueva cruzada en Tierra Santa. La quinta. Detrás quedaban seis años de guerra y destrucción y dejaban morir una cultura desaparecida. De nuevo, la espada asesinó a la palabra. En el año 1229 Occitania quedó anexionada a Francia. Animados por Gilberto de Castres, todos los Buenos Cristianos decidieron instalarse en Montsegur, un castillo inexpugnable. Un gran barco de piedra flotando en el azul de las montañas. A lo lejos, la línea de los Pirineos. Allí se reunieron unos 200 perfectos, acompañados por nobles, señores y simples creyentes. Lentamente construyeron, alrededor del Castillo, una villa con calles y caminos, cabañas y barracas de madera. Once años después de instalarse, el rey de Francia, acosado por los obispos, decidió acabar con el problema de Montsegur. Una mañana apareció un ejército de miles de cruzados rodeando la montaña. Los cátaros resistieron durante nueve meses de asedio y sufrieron diarios lanzamientos de piedras y ballestas. Los cátaros eligieron la “endura”, es decir, la renuncia a la vida. Al fin, la Iglesia católica, el Papa y el rey de Francia aniquilaron, en aquel 16 de marzo de 1244, la libertad de pensamientos y de creencias. En el destruido y arrasado castillo de Montsegur, flotando en el azul de las montañas, no quedó nada. Allí Dios es Otro.      
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