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#1 De Santa María de Nieva a Arcas Reales, por Niceto Blázquez publicado el 05/12/2015 a las 21:25
La llegada al colegio de Santa María de Nieva en la provincia de Segovia supuso un notable progreso para mí. El sistema de educación masiva era el mismo pero había otros hombres y otros compañeros mayores en edad y experiencia. El hombre clave para mí fue el Rector del colegio, José González Cuesta, el cual había llegado de la Universidad de Santo Tomás de Manila para subsanar problemas que habían surgido con el Rector anterior. De este hombre recibí el trato personal y respetuoso que yo necesitaba. Dos anécdotas puedenbastar para destacar este recuerdo positivo de él. Pocos días antes de comenzar el curso académico 1952/1953 se casaba en Madrid mi hermano Emiliano y obviamente me planteé la cuestión sobre solicitar el permiso correspondiente para desplazarme a la metrópoli con el fin de asistir a la boda. El tiempo apremiaba y no estaba yo convencido de que el rector del colegio estuviera por la labor. En realidad yo estaba convencido de que mi propuesta iba a ser rechazada. Pero se me ocurrió comentar el asunto con un compañero de curso llamado Jesús Arróniz, con el cual jugaba yo partidas de pelota, y me animó a subir al despacho del Rector y plantearle la cuestión. Bueno, pensé para mis adentros, si me niega el permiso no me pilla de sorpresa y si me lo concede, me quedará la satisfacción de haber convertido mi ilusión en realidad.

Con estos pensamientosme dirigí a su despacho sin perder tiempo. Tan pronto el Rector se percató de mi presencia vino rápidamente a recibirme preguntándome cariñosamente si me ocurría algo y en qué me podía ayudar. Era mi primer encuentro a solas con él. Le expuse el motivo de mi visita en hora tan inoportuna e inmediatamente se interesó por mi familia y por mi hermano. Yo estaba felizmente sorprendido comparando los fríos e impersonales encuentros que habían tenido lugar durante los dos años precedentes con el Rector del colegio de La Mejorada. Escuchó mi
petición como quien escucha respetuosamente a otro hombre, me hizo alguna pregunta aclaratoria y me contestó que le parecía muy razonable y conveniente que viajara a Madrid para asistir a la boda de mi hermano. Me sentí todo un hombre hecho y derecho dispuesto a dejarle en buen lugar por el trato y confianza que me había otorgado.

Otra anécdota fue la siguiente. Había un profesor decidido a suspenderme en una de las disciplinas académicas que impartía. Yo, convencido de que aparte la circunstancia académica, mi persona no le era grata, estaba dispuesto a expresarle a mi padre mi desánimo preparando el terreno para abandonar el colegio. El P. José González Cuesta, al conocer mi estado de ánimo, mantuvo conmigo una conversación entrañable durante la cual me persuadió con pocas palabras para que dejara pasar algún tiempo antes de tomar una decisión inesperada por mis padres. Yo seguí su consejo y acerté al tiempo que crecía en edad y experiencia de la vida a pasos agigantados.

La vuelta a Hoyocasero paralas vacaciones de verano eran otro motivo importante de reflexión y maduración de mi personalidad con la ayuda moral del párroco D. Vitorio Herráez del que ya he hablado antes. Él fue mi verdadero guía y amigo durante aquel tiempo. En relación con las vacaciones estivales recuerdo otra anécdota muy significativa. Uno de los veranos recortaron drásticamente el tiempo de las vacaciones estivales con la familia. La iniciativa, según las informaciones recibidas, fue del Rector de La Mejorada, y el Rector de Santa María de Nieva, por solidaridad con su homólogo, tomó también la misma decisión.

En consecuencia,marchamos a casa en la primera semana de julio pero nos ordenaron regresar al colegio al cabo de un par de semanas. Por otra parte fue un verano castigado por una sequía devastadora y un calor extremo. La situación llegó a ser tan crítica que, de vuelta ya en el colegio, nos vimos obligados a racionar incluso el agua para beber. Cabía pensar que, dada la gravedad de la situación, nos dejarían volver a nuestras casas hasta el fi n del verano para paliar la situación. Pero esto no ocurrió. Nuestra exasperación llegó a tal extremo que llegamos a pensar en sabotear la poca agua de la que disponíamos derramándola o rompiendo los cántaros, a ver si así, forzados por la necesidad, nos dejaban marchar de nuevo a casa con nuestros padres. No saboteamos el agua y tuvimos que aguantar allí un verano terrible de calor e incomodidad. Eran aquellos tiempos recios a los que muchos de mis compañeros de camino sucumbieron.

Finalizado el curso 1953/54, disfruté de unas largas vacaciones con mis padres y comenzó para mi otra etapa importante de la vida. Se cerraron los colegios de La Mejorada y de Santa María de Nieva y se inauguró el bello, novedoso y espectacular colegio de Arcas Reales en la afueras de Valladolid. Cuando me incorporé en septiembre de 1954 se respiraba ya un ambiente de bonanza y modernidad reconfortante en comparación con el ambiente que habíamos dejado atrás. Por otra parte, durante ese verano todas mis experiencias de infancia fueron sometidas a prueba con el
desarrollo biológico que acompaña a la edad. Entre otros fenómenos dignos de mención me parece oportuno destacar el del enamoramiento, que tantas
desventuras y desencantos acarrea a las personas que caen fatalmente en sus redes.

Las cosas sesucedieron, en líneas generales, más o menos, así. Yo sentía por aquella época una admiración profunda por una joven. Era físicamente bella pero mi interés por su persona se había despertado por sus formas de conducta y un encanto propio de quienes no conocen el mal. Así las cosas, comprendí que estaba irrumpiendo en la órbita del enamoramiento y tenía que tomar una decisión nueva acerca de mi futuro, ya que esta situación emocional podía entrar en conflicto con la decisión que había tomado ya en razón de mis experiencias anteriores.

La opción que había tomado de buscar la verdad por encima de todo y antes que nada, después de las experiencias antes descritas, estaba en pleno vigor, pero la fuerza de la vida y las nuevas circunstancias pujaban llevándome hacia otros derroteros por la vía del enamoramiento. Confieso que la toma de posición ante esta nueva experiencia de vida no me resultó difícil. Yo me encontraba ante la posibilidad de continuar por el camino emprendido o de abandonarlo para crear una familia como hace la mayoría de la gente. Pero ¿qué garantías tenía yo de que en el futuro no me iba a arrepentir de haberme casado añorando la senda de la verdad que me había trazado como prioridad de mi vida? Entonces me hice el siguiente razonamiento. Si expreso mis sentimientos a esta amorosa muchacha y me caso, me obligo a ser coherente con ella hasta las últimas consecuencias.

Pero, ¿qué ocurrirá si las cosas no nos van bien, como ocurre a tanta gente que se casó ilusionada? La cuestión de fondo era saber siquiera con certeza moral si yo había nacido antes que nada para crear una familia biológica o más bien para dedicarme prioritariamente a otras cosas que yo había descubierto antes. Así las cosas, me pareció que lo más prudente era encontrar primero el sentido de la vida y después vivirla responsablemente en plenitud en lugar de lanzarme a la aventura del enamoramiento aparcando el uso de la razón que me llevaba por otros derroteros. Entendía que, si me casaba y me comportaba como persona responsable, no debía dar marcha atrás después sino que debía asumir responsablemente las consecuencias de tal decisión. Por el contrario, si dejaba aparcada la opción de casarme hasta estar seguro de que la otra opción era la acertada, nada estaba perdido porque tan pronto surgiera alguna dificultad seria que me impidiera seguir en la opción por la vida religiosa quedaba siempre la posibilidad abierta de reconsiderar la opción por el matrimonio. En cualquier caso esto requería un tiempo de prueba y, sobre todo, poner todos los medios para no ilusionar a la adorable muchacha declarándole mis sentimientos sin estar yo seguro de la solidez de los mismos.

Así las cosas opté por evitar cualquier tipo de encuentro con ella que pudiera desvelar mi estado de ánimo y seguí conociendo más a fondo el camino que ya había emprendido con vistas a optar por la vida religiosa. A medida que pasó el tiempo me fui convenciendo de que yo no había nacido para crear una familia sino para otros menesteres de los que me he ocupado feliz y contento a lo largo de mi vida. Por otra parte, como me cuidé mucho de no generar ninguna ilusión en la joven muchacha, tampoco mi decisión de marchar por otro camino pudo causar en ella ningún daño moral o desilusión. Esta determinación, que, insisto, el tiempo sancionó como la acertada y correcta, no hubiera sido posible sin el control previo de los sentimientos por parte de la razón. Así, al no implicarla a ella irresponsablemente en mis emociones pude optar con conocimiento y libertad por la senda que me había trazado la vida en un nivel mucho más profundo que el de los comunes sentimientos de enamoramiento sin causar daño a nadie.

En consecuencia, no dudé en pedir ingresar en la Orden de Predicadores, consciente de que iniciaba otra etapa importante de mi vida, de acuerdo con aquellas primeras experiencias de infancia preparándome para afrontar los obstáculos y dificultades que inevitablemente habrían de surgir después en el camino. Uno de esos obstáculos fue la pedagogía educativa en vigor. En el moderno y flamante colegio de Arcas Reales yo llegué a gozar de prestigio como estudiante cualificado pero eso no me importaba gran cosa. Mi procesión iba por dentro y sólo Dios conocía mis dudas, luchas, debilidades humanas y equivocaciones. También allí encontré a profesores de baja calidad docente y pedagógica. La bestia negra era un fraile amargado, responsable de la disciplina general del colegio, y varios profesores laicos los cuales utilizaban la coacción moral sin excluir la violencia física. Esta circunstancia dio lugar a momentos de alta tensión entre profesores y estudiantes hasta el punto de que nos vimos obligados a defendernos de los malos tratos de algunos amenazando con el recurso a la violencia proporcionada. Pero esta es otra historia que se suma a las dificultades que hay que ir superando a lo largo de la vida para sacar lecciones prácticas y no fracasar en nuestros proyectos de vida fundamentales.
El tema se ha cerrado.

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