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#1 EL COLEGIO DE LA MEJORADA, por Faustino Martínez García, Catedrático de Filosofía, Llastres (Asturias) I publicado el 27/09/2020 a las 08:53
En el año 2012 se cumplieron cien años de la constitución del Colegio de La Mejorada (Olmedo-Valladolid) como Colegio Apostólico de los Padres Dominicos de la Provincia del Santísimo Rosario de Filipinas.

Fue en el Capítulo Provincial de los Dominicos de la Provincia del Santísimo Rosario de Filipinas del año 1910 cuando se aprobó y ordenó que este lugar del antiguo Convento de La Mejorada fuese destinado para un Colegio Apostólico. Para ello los edificios, casi en ruinas, tendrían que sufrir una remodelación con el fin de adecuarlos como Escuela Apostólica.

Sería el año 1912 cuando entraron en el nuevo Colegio los primeros aspirantes de esta histórica Provincia Dominicana. Anteriormente los candidatos a Dominicos de la Provincia del Santísimo Rosario de Filipinas se preparaban en el Convento de Ocaña, “alma Mater” de Santos Mártires misioneros del Vietnam, Japón y China.

Los superiores de los Dominicos de aquel entonces ejecutaron el mandato aprobado en el Capítulo Provincial en el que se había decidido adaptar, con las remodelaciones pertinentes, los restos ruinosos del antiguo Monasterio Jerónimo de La Mejorada para convertirlo en un Colegio Apostólico. Desde entonces han sido cientos de estudiantes, aspirantes a la Orden de Predicadores los que han tenido este histórico recinto como ámbito de su incipiente formación dominicana. Por él pasarían futuros misioneros que dejarían su vida consagrada en lejanas tierras de Filipinas, China, Japón, Formosa, Vietnam, Venezuela, y en la nueva tierra de misión: España. Algunos de ellos serían elevados a los altares, como mártires en el año 1936. Por aquí pasarían prestigiosos Dominicos que destacarían en las ciencias humanas y teológicas, siendo famosos profesores en diversas universidades del mundo: en la Universidad “Angélicum” o Santo Tomás de Roma, en la mayor universidad católica del mundo: la Universidad de Santo Tomás de Manila, Friburgo, Japón, en la Universidad Complutense de Madrid, Santiago de Chile, Pontificia de Salamanca, Universidad de Comillas, etc.

En este histórico Colegio se formarían también en sus años de adolescencia, con una profunda y rigurosa impronta del estilo dominicano, muchos futuros profesionales que encontrarían en la vida civil otros caminos distintos a la vocación dominicana.

He tenido el privilegio de conocer, como alumno, a muchos de aquellos Dominicos que estudiaron en La Mejorada en sus años de adolescencia. Muchos de ellos fueron mis profesores. Algunos eran de aquella primera promoción que en el año 1912 comenzaron sus estudios como aspirantes a Dominicos. Recuerdo diversos momentos y conversaciones distendidas con algunos de nuestros Profesores: el Padre Sabino Fernández Vigil, el Padre Teodoro Conde, el P. Francisco Zurdo, el P. Lucas, el P. Alberto López que nos comentaban la vida de aquellos primeros años de su colegiatura en La Mejorada, sus paseos largos por los inmensos pinares de los alrededores, sus juegos, sus rezos y cánticos en la Capilla del Colegio, sus intensos estudios. Me llamó la atención cuando nos narraban la división que se produjo entre el alumnado y el profesorado con motivo de la Primera Guerra Mundial. Nos comentaban cómo unos eran germanófilos. Otros anglófilos. Las discusiones entre ellos duraron tanto como la misma guerra.

Un estudiante entre tantos

Por mi parte he tenido el privilegio de estudiar en La Mejorada, en este Colegio de los Padres Dominicos de la Provincia del Santísimo Rosario de Filipinas. Centenares de alumnos que estudiamos allí, con nuestras circunstancias distintas o parecidas, hemos tenido experiencias similares.

Es verdad aquel dicho que dice: “Cada uno habla de la feria según le ha ido”. Por mi parte, y con cierto pudor, voy a esbozar humildemente mis recuerdos y motivaciones de adolescente porque creo que serán muy similares a los de cientos de estudiantes que entraron en el Colegio de La Mejorada. Cada uno de los que pasamos por aquel Colegio podríamos describir un sin fin de vivencias de todo tipo que forman parte de nuestras irrepetibles biografías.

Cada hora de nuestro horario, cada rincón, cada persona que se cruzó en nuestro camino llenaron nuestros recuerdos de adolescentes y de jóvenes. Recuerdo que todo estaba impregnado de ilusión, esperanza, proyectos, apertura al mundo, de despertar a la vida, a la vocación existencial, de silencios y alegrías explosivas, de travesuras adolescentes y juveniles, de cánticos y oración, de descanso y compromisos que marcan vidas. Ahora desde otra perspectiva que dan los años, lo contempla uno con gratitud, empatía, admiración, perdón y compasión para todos cuantos por allí nos cruzamos en nuestras vidas.

Tenía diez años cuando oí hablar por primera vez de este famoso Colegio. Durante todo un año estuve oyendo comentar sobre el Colegio de La Mejorada de los Dominicos, en la provincia de Valladolid, en las cercanías de la población de Olmedo. La razón era porque allí habían ido a estudiar tres amigos míos de Lastres. En nuestra escuela los “guajes” comentábamos sobre aquél hecho insólito de que tres humildes hijos de pescadores pudieran estar estudiando en un Colegio. Era todo un privilegio que admirábamos e incluso envidiábamos.

Un gran maestro nacional, Don Mariano Brú Martínez, del que yo era un pequeño alumno y que desde hacía años colaboraba con el P. Vidal Fueyo en el reclutamiento de vocaciones para los Padres Dominicos, habló con mi padre sobre la posibilidad de que yo fuera a estudiar a este Colegio.

Don Mariano, en su etapa de maestro nacional en Rano, Quirós y Teverga, ya había enviado a varios de sus alumnos que él estimaba podrían ser candidatos para la Orden Dominicana. De hecho tenía un hijo que había estudiado en La Mejorada y en Santa María de Nieva: Manuel Brú.

Un Padre dominico, promotor de vocaciones, el Padre Florencio Muñoz Hidalgo, venía visitando y reclutando por todas las escuelas de Asturias a los chicos que más despuntaban en los estudios o manifestaban deseos de estudiar en una Escuela Apostólica.

Una vez que fui examinado por el Padre Muñoz me animó a que hiciese el examen de Ingreso en el Instituto Jovellanos de Gijón. Me dejó un folleto de propaganda que mostraba en pocas palabras y con muchas fotografías, quiénes era los Dominicos, y en concreto los Dominicos Misioneros de la Provincia del Santísimo. Rosario de Filipinas. En él se mostraban misioneros en China, Filipinas, Hong Kong, Japón, con muchas fotografías de jóvenes estudiantes, todos muy alegres, algunos vestidos con hábitos blancos. Pero sobre todo, en aquel folleto destacaba el perfil del Colegio de La Mejorada. A ese quería ir yo.

De ese folleto todavía recuerdo sus fotografías y, curiosamente, el fuerte olor que desprendía la tinta que impregnaba el brillante papel couché y las imágenes de jóvenes y alegres Dominicos en Ávila. Filipinas y en Hong Kong.

Desde mis intereses y motivaciones de casi niño me llamaban la atención en aquel folleto unas fotos de adolescentes jugando al futbol, vestidos de jugadores con sus camisetas de colores, botas reglamentarias, balón de cuero, con el fondo de un campo llano y unas porterías reglamentarias. Todo contrastaba con la ausencia de un terreno llano de mi “cuestudu pueblín” de Lastres, con nuestros “balones” de “trapu” y papeles amarrados con cuerdas, con nuestro jugar descalzos o en alpargatas y sin las vistosas “camisetas” de rayas y colores, como las que veíamos jugar en el “Marca” o en nuestros cromos a Gainza, Zarra, Basora, Biosca, Segarra, Moreno, Manchón, Puchades, Molomny, Ben Barek, Kubala o Diestéfano.

En el mes de Junio de aquel año 1953, Don Mariano me llevó personalmente a examinarme a Gijón. (1) Se tomó la molestia de ir personalmente conmigo. Recuerdo que desde la ventanilla del autobús ALSA descubrí por primera vez la ciudad de Gijón. La famosa Universidad Laboral estaba a punto de ser terminada.

Pero aquel día el ALSA llevaba retraso. Don Mariano, que había dejado un sustituto en su escuela para poder venir conmigo a Gijón, se impacientaba y no dejaba de mirar con preocupación su reloj de bolsillo. Yo también iba nervioso, aunque todos me aseguraban que estaba perfectamente preparado para superar aquel mi primer examen. Don Mariano temía no nos dejaran entrar con retraso al examen de ingreso. Desde la Estación del ALSA hasta el Instituto Jovellanos hay un largo trecho. Cuando llegamos y entramos por la puerta principal del antiguo Instituto “Jovellanos” el examen ya había comenzado. Yo le ví hablando por unos momentos con algunos de los examinadores.

Mis inseparables nervios no me abandonaban. Don Mariano debió convencerles de la causa del retraso, desde donde veníamos y me aceptaron para realizar el examen. El examen me salió bordado.

Aquel día, más relajado, comí con Don Mariano en el restaurante de la antigua estación del ALSA de Gijón.

Aceptado como aspirante

Una vez que aprobé el examen de ingreso llegó una carta a mi casa de los Padres Dominicos en que se me notificaba que estaba admitido para ingresar en el Colegio de La Mejorada en el próximo mes de Septiembre.

Durante aquel verano mi madre, con gran sacrificio para nuestra humilde economía, me preparó toda la ropa exigida y me llenó de buenos consejos. Me asignaron un número que debería figurar en todas las ropas. Mi número sería el 45 B.

El verano me sirvió también para mentalizarme que comenzaba una nueva etapa, y que en cierto modo iba a ser un privilegiado, gracias a Don Mariano, al sacrificio inteligente de mis padres y de mi hermano, y sobre todo gracias a los Padres Dominicos.

Aquel verano vinieron de vacaciones los tres amigos que ya habían ido el año anterior a La Mejorada. Ángel Llera, Ángel Abad y Andrés Cuevas venían hablando maravillas del Colegio y de algunos de sus profesores. Al menos así lo percibía yo. En sus conversaciones salían constantemente nombres de Dominicos, de amigos, de clases, rezos, dormitorios, frontones, de campos de futbol, de asuetos, del río Adaja, de Olmedo, Medina del Campo, Calabazas, galgos, pinares y viñedos. Mi imaginación se nutría y al mismo tiempo distorsionaba infantilmente todos aquellos relatos. La Mejorada era algo anhelado, casi mítico para mi. Ir a estudiar a un Colegio como aquel era algo prohibitivo para el hijo de un humilde pescador. Y yo era consciente de ello.

Allí llegaría el día 29 de Septiembre de 1953 con mi padre, procedente de Gijón, en una mañana fría pero luminosa como las que se experimentan en Castilla, con atmósfera limpia sin la templada bruma habitual del Cantábrico.

La jornada anterior a mi llegada a La Mejorada había sido muy intensa para mi. Lo más lejos que había viajado en mi vida, hacía cuatro meses, había sido a Gijón para examinarme de Ingreso en el Instituto Jovellanos. El domingo anterior, por la mañana mi padre me llevó a ver grandes barcos mercantes atracados en el Musel. Nunca había estado tampoco en aquel famoso puerto del que tanto había oído hablar. Mis ojos de adolescente no cesaban de fijarse en aquel nuevo mundo que se habría ante mi con motivo de mi marcha hacia el Colegio de La Mejorada. También, por primera vez, me puse en un tranvía para trasladarme por la ciudad de Gijón. Era un tranvía en los que el chofer tocaba la campana para avisar a los transeúntes.

La tarde de aquel domingo de Septiembre mi padre me llevó incluso al Estadio de Fútbol del Real Sporting de Gijón, el Molinón. Aquel estadio y la plantilla de jugadores la tenía memorizada con su imagen y con sus nombres en mis cromos que coleccionaba. Ahora los tenía ante mi. Ya no eran cromos. ¡Eran la realidad que deslumbraba mi admiración futbolera de adolescente!. Y allí estaban para mi contemplación y fascinación. Casi los podía tocar o pedir un autógrafo. Por primera vez ví jugar al Real Sporting de Gijón en el Molinón contra el Sevilla. Ganó el Sporting, 4 – 2. Mi padre y yo nos sentamos en las gradas que están al pie del campo, casi a mitad del estadio. Mis idolatrados jugadores de adolescente pasaban a mi lado, corrían, saltaban, regateaban, sacaban “corners”, e incluso se pegaban, casi los podía tocar con mis manos. ¡Eran los jugadores que tenía memorizados en todas las alineaciones de mi colección infantil de cromos!. Parece increíble, pero cierto. ¡Me sabía todas las alineaciones de los equipos de Primera División, además de la lista de los Reyes Godos!. Allí había visto al mítico Campanal, a Sión, a Prendes, Molinucu, Guillamón, Sánchez, etc.

Desde mi perspectiva de casi niño, la experiencia de ir a un Colegio me empezaba a parecer excitante. En muy pocos días había comenzado a tener una intensidad de vivencias insospechadas.

Mi primer viaje en tren a La Mejorada


Era mi primer viaje en tren. Nunca había visto un tren. Tan solo en las películas. Y aquel tenía una enorme máquina de carbón que vomitaba vapor y además era muy largo. En la Estación del Norte de Gijón mis ojos de niño no paraban de descubrir y admirar cuanto de nuevo e inédito iba experimentando.

Lo más lejos que había viajado de niño había sido a Covadonga con mis padres y a Villaviciosa. Ahora en cuestión de poco tiempo ya había ido a Gijón y pude ver grandes barcos atracados al Musel. Todo parecía como si ir a estudiar a La Mejorada trajera consigo un sin fin de novedades y experiencias estupendas para un adolescente.

A las diez de la noche cogimos el tren. Pasamos por la Estación de Oviedo. Tampoco había estado nunca en la capital del Principado. Luego llegamos y paramos en Mieres y en Pola de Lena. Observé cómo subían al tren muchos niños como yo, con sus padres. Los padres llevaban boina y parecían, como el mío, curtidos trabajadores de la mina. Curiosamente las madres no venían. No sé por qué, pero tan solo venían los hombres con sus hijos.

El tren se llenó rápidamente de una algarabía nerviosa de adolescentes. Eran nuevas caras, futuros amigos. Nos mirábamos unos a otros estudiándonos.

Aquella noche de tren tardé en conciliar el sueño. El rítmico traqueteo de los vagones sobre las vías me incitaba a abandonarme sobre el regazo de mi padre. Mientras intentaba dormirme repasaba todo aquél cúmulo excitante de experiencias nuevas que había vivido. Mi imaginación se proyectaba sobre La Mejorada. Intuía, a mi manera, lo desconocido que me esperaba, lo que podría significar el vivir lejos de mi conocida “tierrina” frente a la mar, la nueva oportunidad de proyectarme y crecer como persona, quizás como futuro Dominico, o lo que Dios tuviera a bien depararme. La verdad era que mi único horizonte vital conocido en mi infancia y al que estaba habituado era el mar, las verdes praderas asturianas y el macizo de la Sierra del Sueve. Apenas había viajado y ahora estaba sumergido en una excitante excursión. Según ascendíamos el Pajares y cruzábamos los innumerables túneles que algunos de aquellos futuros amigos contaban repasaba los consejos que mis padres me habían dado para aquella nueva etapa de mi vida. La excitación de tanta novedad e ilusión por ir a La Mejorada me hacía pensar que aquello de ir a estudiar a un colegio, era realmente algo apasionante y lleno de oportunidades nuevas que nunca había podido imaginar años antes en mi “pueblin” marinero.

Podrá creerse que no es propio de esas edades valorar, a su modo, la importancia que yo le daba a aquella situación nueva para mi. Sin embargo debo decir que, bien por los consejos de mis padres, por las palabras de Don Mariano, por el ejemplo que ya había visto en otros seminaristas que estaban en el Seminario de Oviedo, como José Antonio Olivar y Carlos Capellán, bien por mis amigos que me precedieron, o bien por mis propias reflexiones, era consciente de lo que quería y de lo que dejaba atrás. También es verdad que me faltaba conocimiento más amplio, madurez. Aquella decisión que habían tomado por mi y que yo también asumía con las limitaciones y condicionamientos de la edad y de aquel momento de nuestra historia, la hacía mía. Por todo cuanto había experimentado desde entonces, me ilusionaba.

Aquella oportunidad, aquel privilegio que se me brindaba me llevaba a valorar el esfuerzo de mi familia que se desprendía de mi a pesar de que me necesitaba para que sumase mis fuerzas en las faenas de la mar. Era plenamente consciente del sacrificio de mis padres. Mi padre me necesitaba para ir en su día para ayudarle en las tareas de la mar y sin embargo había renunciado a ello. Mi hermano mayor también se sacrificaba pues no tendría mi ayuda en la mar. Mi hermana pequeña acababa de nacer unos días antes de mi marcha y yo apenas era consciente de aquel nuevo ser que ocupaba mi lugar en casa. Años después comprendí aún más el sacrificio de mis padres, especialmente de mi madre. Ir a La Mejorada, era un tren existencial que pasaba ante mi vida de casi niño, que no quería perder ni desaprovechar.

El olor a humo que entraba por las ventanillas, las toses, las voces y la algarabía que se producía al cerrar las ventanillas de los compartimentos para que no entrara el humo de la máquina del tren tampoco facilitaba el dormir. Incluso me alegraba ante tanta novedad. ¡ Me encantaba descubrir el rítmico traqueteo del tren y sus pitidos, pues nunca había montado en un tren tan largo, ni había pasado por un túnel !

Aquellos nuevos y desconocido compañeros míos, al parecer por sus comentarios, sabían mucho más que yo de trenes y de túneles. Eran de la Cuenca Minera. Algunos hablaban del túnel de “La Perruca” como el más largo de España. Yo solo había oído nombrar en la escuela al túnel del Simplón en Suiza. ¡Pasar por primera vez bajo un largo túnel era una hazaña para mi cuenta de experiencias que no todos mis amigos adolescentes de Lastres podrían contar!

Debió ser, pasado el túnel interminable de “La Perruca” cuando me caí rendido apoyado en el hombro de mi padre. Entre sueños, me pareció oír más adelante, que habíamos llegado a León. Allí, en medio del silencio, iban ascendiendo más críos con sus padres. Luego supe que muchos procedían del Bierzo y de Astorga. Unos golpes de martillo contra las ruedas del tren verificando su seguridad me parecían anunciar la inmediata marcha.

La noche también se fue adormeciendo en silencio con el traqueteo monótono del tren. Recuerdo que, a mitad de la noche, nos despertaron sin contemplaciones un par de policías secretas. Abrieron las compuertas del compartimento enseñando bajo la solapa de sus chaquetas una supuesta chapa de policía. Con un semblante serio repasaron las caras de todos lo que allí estábamos, especialmente de los hombres. Era evidente que venían buscando a alguien por lo que pidieron a todos el carnet de identidad. Preguntaron por la presencia de tantos niños en aquel vagón. Recuerdo que mi padre les advirtió que iban para el Colegio de los Padres Dominicos de La Mejorada. Me dio la impresión que al nombrar a los Dominicos suavizó las formas y la tensión de aquella brusca visita.

Pasado un tiempo, sin saber donde estaba, recostado sobre el costado de mi padre, me pareció escuchar que estábamos en Venta de Baños. Volví de nuevo a oír los martillazos que recorrían tanteando y “despertando” las ruedas para que no se “durmieran”.
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